Aprovechando la cuarentena y el toque de queda comencé a
jugar con la idea de un audio relato. Elegí al penúltimo cuento de las Nueve Rondas, porque
me pareció que es el más visual para inflamar y refrescar la imaginación.
Este cuento nació de una fotografía que había visto: la
imagen era la de un nicho en medio de un pantanoso humedal, a medias tierra
firme, a medias arcilla. Estaba medio escondido por unos pastos altos y
amarillentos, lo vi desde lejos y me comencé a preguntar por qué del lugar
marcado por la fatalidad y santificado por un nicho de oración.
Para la gente
de los alrededores era parte del paisaje, nadie le veía con la misma curiosidad
que yo porque ese paraje surreal era parte de ellos. Según la costumbre popular, el nicho queda para marcar el
lugar en donde hubo una muerte y siempre se usan a un lado del camino para
marcar accidentes de ruta. Ese lugar en donde estaba no parecía un lugar de tránsito
para vehículos, pero más tarde me enteré que servía de tránsito a gente que iba
a caballo en algún tiempo pasado. Me hubiese gustado saber a quién honraba ese
nicho pero el tiempo borró toda santidad de cruces y nombres, la imagen me
había impactado.
No parecía tener una conexión lógica pero sin embargo estaba
allí. La imagen me recordó a un barco en el desierto, dos conceptos
antagonistas que poblaron mi imaginación por mucho tiempo y sentí que debía
sacarla de mi cabeza plasmándolo en un cuento, aunque no haya una mención explícita
de un nicho, están todas las nomenclaturas que poblaron mi imaginación: La
fatalidad presente con el gris de la tormenta y las voces de un esteral
indiferente ante las necesidades de los hombres lo convierten en un cuento
naturalista, un exponente más de este género digno representante de los demás
ocho que conforman las Nueve rondas.
Una ojeada de todo lo que movió la fibra sensible de mi imaginación, sin más les dejo este audio relato.