viernes, 27 de julio de 2018

Prohibido fijar carteles

Rodando de aquí para allá en un bus encontré una frase (porque hasta ahora la suelo encontrar cuando viajo) y que siempre me saca una risa culpable. Una letra mal garabateada no sé si por estar escribiendo mientras se le reventaba la panza de la risa o por el movimiento de ese colectivo interno. Un anuncio franco y sin tapujos: “Señor travesti te da el servis completo solo wasa (tal número)” a la vista de un promedio de quinientas personas por día, puede que sea solo eso, un anuncio o que encierre alguna cosa más. Una vida pasada que atormenta, un/a ex despechada/o que comparte el número del anterior estimado/a, o una aventura vergonzosa que ni “los perros” te bancan, ¿quién sabe? Sólo el que escribió. 

“Hola! decime que si”, “Te amo tanto que a veces ver tu foto del wa no me basta”, “busco señora casada para una relación de amistad discreta”(amistad discreta o sea WTF jajajaj), “Te quiero bruja de mi vida<3”, “Andrea ya conseguí laburo, volvé, te quiero”. “Yo no me caí del cielo, pero si de un bar triste nena. Una frase tirada sobre la avenida Mariscal López dice: “Y al final, fueron felices”. Y por último la frase más linda que leí en la pared de una casa en un barrio de Fernando de la Mora: “No te olvides de tu hechizo”. 

Así dicen las frases corroídas de los banquitos de plaza, a lado de otros garabatos mal escritos denunciando a las dos clases de amor: el de los correspondidos, como el de los“no tanto” y demás cosas que la gente dejó escrito seguro para que alguien las leyera y fuera testigo de su desazón o como forma de afianzar la transgresión hacia lo socialmente impuesto. 

Según el psicoanálisis existen dos razones por el que escribir es terapéutico: uno es para liberarse de las emociones y otra es para canalizar como nos gustaría que funcionen las cosas que en ese momento nos están generando frustración (de allí que algunos terapeutas aconsejen un diario de cosas positivas como una forma de combatir la depresión). Esta terapia se basa en que para poder olvidar algo se debe llegar a una catarsis, a una resignación tanto positiva (aceptación y salida favorable del problema) como negativa (estado de vergüenza, culpa o auto reproche) para soltar “la figura/objeto” y poder seguir. Escribiéndolo en una hoja en blanco (El blanco es importante porque el subconsciente lo asocia con la limpieza, el orden y la calma) y después abandonar el escrito en algún lugar público, tirarlo a la basura o según la violencia del sentimiento impreso en esa hoja, quemarlo. Esta técnica “civilizada” tiene una vertiente mucho más rústica, porque es tan efectiva que se adapta a las necesidades del individuo que la invoca tanto de forma voluntaria como no. A veces, no basta con la borrachera del finde para olvidarte del turro/a de turno, es entonces cuando en la madrugada, en el día o a cualquier hora aparece el cortaplumas, un pincel permanente (o si sos estudiante) el infaltable corrector, para entrar en acción y salvarte de lo que sea que estés atravesando (y por lo visto, sin mucho éxito) como el mejor asistente de todos los padres del psicoanálisis y exorcizarnos de eso que nos duele, que nos pesa o avergüenza. 


Nunca me puse a pensar en esas frases que accidentalmente encuentro en el bus, la plaza, los baños o alguna pared, escondieran los sentimientos más humanos o algunas verdades tan rotundas, allí mismo, abandonadas a la vista, a la burla, al escrutinio de todos, sin que ninguno le diera el menor interés. Un sentimiento desnudo, exhibiéndose en público y nadie da vuelta a mirarle dos veces. Se vuelven parte de la misma belleza de ciudad que tiene el agua de un charco, irisado por una gota de aceite de camión o la belleza decadente del wabi sabi japonés que se observa en las casas antiguas del casco histórico.

Escribimos estas frases personales, caritativamente envueltos en el manto de ese tal Anónimo, para enterrarlas, o como derramándole un poco de alcohol a esas heridas que rehúsan curarse por obra y gracia “del tiempo”. De allí la raíz de todas las acciones aparentemente destructivas pero que en realidad son un profundo lenguaje de señas. Invocar el protector consuelo de escribir sobre objetos cotidianos (como un asiento de bus, por ejemplo) lo traduzco en que lo haces porque no podes pagarte un psicólogo.

Algunos todavía nos rehusamos a exponernos, y eso no nos hace más sensatos o menos destructivos con nuestro entorno y nuestras relaciones, otros se exponen con la gracia de quien empieza una conversación en el bus con el pasajero de al lado. Es acá donde el camino más corto es de dominar la sagrada escritura en los azulejos, sillas, puertas o bancos de plaza, abandonar el disgusto en un lugar público puede ser más liberador de lo que nos permiten darnos cuenta. Es por eso que este hábito cavernario de escribir por las paredes y los objetos nos libera, aposentándose sin la remota posibilidad de que la sociedad moderna la deje de usar. 

Curarse, esa es la cuestión y no importa que tan relegada tengamos nuestra salud mental porque simplemente “no estamos locos” de alguna u otra forma el subconsciente se manifiesta en acciones que “parecen al descuido”, sin intereses mayores y sin embargo encierra un profundo mecanismo de auto sanación que desesperadamente esperamos que funcione.