viernes, 27 de agosto de 2021

El guajhú. Cuento completo.

 De Gabriel Cassaccia. 1938

Areguá 1941 Ph.: de Karina Segovia           

Barcino no había dejado de aullar durante toda la noche; era un aullido lúgubre, espeluznante. Varias veces, Tomás Riquelme, que era de carácter violento y huraño, estuvo tentado de espantarle a pedradas. Pero un temor supersticioso lo contuvo. Y se resignó a soportar de mala gana aquel guajhú que, por momentos, en el silencio de la alta noche, semejaba voz lastimera de ser humano.

Esos aullidos eran la forma con que Barcino manifestaba su dolor por la muerte de su dueño Ceferino, el hermano de Tomás. Ceferino había sido de índole muy distinta a la de Tomás. Su genio jovial y chancero le había granjeado la estima de todo Areguá. Siempre fue motivo de cavilaciones y comentarios en el pueblo del porqué ambos hermanos, que andaban constantemente juntos, tenían modos de ser tan ajenos. ¿A qué se debía ello? La causa era clara, pero los campesinos, hechos a quedarse en la superficie de las cosas no inquirían más allá. Y en el fondo se hallaba la respuesta: Tomás y Ceferino no eran hijos del mismo padre. Sus amigos ignoraban que ambos hermanos eran copias vivas en el carácter el uno del padre del otro. Habían llegado con su madre a Areguá siendo muy niños, la que no había dejado ningún vestigio en ellos. Al hablar de los mismos apuntaban los vecinos y conocidos. -"Mba'evepe ndojo -joguai ñaimo'a oño-hermano ỹva"- (2). Y en Areguá era proverbial decir, para subrayar la profunda diferencia entre dos objetos cualesquiera: son distintos como Tomás y Ceferino.

Éste poseía el cabello rubio, casi pelirrojo, y era quebrado de color y de ojos claros de mirar bondadoso. Su talla era más bien baja, y su físico desmirriado, enclenque, le habían llevado de continuo al rancho del curandero para mercarle yuyos medicinales. Tomás en cambio era de pelo azabachado, moreno, alto, fornido, de voz fuerte, no arredrándole ningún trabajo, por más rudo que fuera. En su comportamiento era tanto o tal vez más desemejantes. Tomás se pasaba las noches de claro en claro en los almacenes del pueblo, cambiaba de mujeres a menudo y tenía varios hijos bastardos. El otro ni era mujeriego ni le gustaba emborracharse. Tomás odiaba a su hermano con odio sañudo y hondo. Ceferino, conociendo ese rencor, desvivía se por apaciguarlo, humillándose y obrando en todo como si tuviese la culpa del odio que despertaba en Tomás, cuyo aborrecimiento tanto más crecía cuanto más señales de sumisión recibía. Desde niño la aversión del uno se vio pagada con el amor del otro. Ambos sentimientos habían tenido la coyuntura de manifestarse muchas veces. En una ocasión, yendo de camino, al pasar junto a un hoyo profundo, Tomás sin pensarlo, como impulsado por una fuerza extraña, dio un empellón a Ceferino, echándole dentro, y allí lo dejó sordo a sus gritos y llamados de auxilio. Pero cuando dos días después, Tomás casi se ahoga nadando en el lago Ypacaraí, fue Ceferino quien lo socorrió y puso a salvo. Ceferino era mayor que Tomás y contaría alrededor de dos años cuando su padre, a quien su mujer había abandonado, mató a puñaladas por celos, al hombre con el cual ella había ido a vivir. Meses después ésta dio a luz a Tomás. Entre aquellos dos hombres había habido también diferencias profundas de físico y temperamento. El padre de Tomás fue un hombre enteco y pusilánime, y en vez, el padre de Ceferino, que falleció en la prisión, fue un campesino musculoso y fuerte.

El odio que Tomás experimentaba por su hermano lo sintió avasallador y ciego hasta que la última palada de tierra cayó sobre su sepultura. Pero ni bien clavaron en ella una pequeña cruz de madera negra, trocó se su odio en piadoso enternecimiento y derramó lágrimas de sincera pena. Pero antes, no; tuvo que desaparecer el ataúd bajo tierra para experimentar aquel nuevo sentimiento.

Fue todo, clavar aquella cruz en tierra y parecerle que con ella golpeaba en su corazón. Echó se sobre la tumba delante de los concurrentes, y lloró por Ceferino. Imarangatú eté ha ojeháyhú etéva (3). Los asistentes quedaron sin saber qué pensar de esas muestras de desesperación. En el pueblo era conocido el aborrecimiento que sentía por su hermano y las vejaciones de que le había hecho víctima. La gente, pues, comenzó a preguntarse si esas señales de pesar no eran puro fingimiento. ¡No! Esas lágrimas eran sinceras, nacían de una aflicción que le abrumaba y aplastaba con su gran peso. Pero si en aquel momento, Ceferino hubiese vuelto al mundo de los vivos, seguro que en el corazón de Tomás hubiese resucitado súbito y violento el mismo rencor de antes.

Barcino no aulló durante el velorio y entierro de Ceferino. Empezó a la vuelta de Tomás del cementerio, en cuanto se acercó al rancho. Tomás, que lo había dejado atado, lo soltó, creyendo que una vez libre dejaría de aullar. "Ndoguahu veichéne" (4), se dijo Tomás, y no se preocupó más de él. Sin embargo, gran parte del día y durante la noche continuó aullando.

Al día siguiente, Tomás se distrajo cortando leña y, al anochecer, se fue al centro del pueblo, pues vivía a orillas del lago. Mientras iba caminando, una idea inesperada, rápida, se le clavó en la mente como un dardo que le hubiesen disparado desde las malezas vecinas: él tenía la culpa de la muerte de Ceferino. Claro que no había cometido ningún delito. Sin embargo, en lo hondo sentíase tan culpable como si le hubiese dado muerte por su mano. Esta extraña idea despertó en su ánimo penoso desasosiego. Con su rencor había matado a su hermano; ese odio grande e irreductible de todos los días, de todas las horas, de todos los minutos, había ido estrangulando paso a paso su vida. De este sentimiento de culpabilidad bastante oscuro, Tomás no tenía una idea muy clara. Lo sentía. Al cruzar la vía del ferrocarril, cuando más atormentado iba con su idea, llegó hasta él rompiendo el silencio del manso atardecer, con una nitidez que le produjo escalofríos, el largo aullido de Barcino. Tomás volvió con presteza la cara contraída por el pánico, creyendo que lo había seguido. Nada. A sus espaldas extendíase el camino desierto, con el lago al fondo. Un gran azoramiento y un miedo pueril se apoderaron de él. Comenzó a lanzar recelosas miradas a su alrededor, receloso de que Barcino apareciese y le saltara al cuello. Recordó entonces que nunca se le había ocurrido hacerle un mimo, una caricia y, por el contrario, dos o tres veces le castigó con dureza, como si su rencor hacia su hermano se lo transmitiese al perro. Barcino le pagó siempre su frialdad y desapego ya huyendo, ya ladrando enfurecido al verle. Con Ceferino en cambio se pasaba el día jugando y retozando a su lado. Se revolcaban ambos en la yerba como si Ceferino fuese otro perro. "Aguiriré na cheñañaveichémane: añehaꞌáne ahayhú la yaguá-pe" (5) decíase Tomás en tanto continuaba su camino embebido en los planes que pondría en ejecución al día siguiente, para atraerse la simpatía del "jaguá" (6). En esto, al pasar junto a la casa de Ña Taní, subiendo la cuesta hacia "la loma", un perro ladrando saltó desde dentro contra la torcida y tambaleante empalizada de madera. Tan grande fue el espanto y la emoción de Tomás, que dio un salto hasta el medio de la calle y trastrabillando entre las piedras, terminó por caer de bruces. "¡-Añá membyré!-" bramó al mismo tiempo que se levantaba. Y agregó: -¡Yaguá jeyma vaerá! (7). El, por lo común tan esforzado, tan decidido y desaprensivo, sentía que iba perdiendo fuerzas en esa lucha a brazo partido contra su propio temor. A ratos, se le metían en el ánimo vehementes deseos de huir de Areguá y de todo lo que le traía recuerdos de su hermano y de Barcino. Repuesto del susto de momentos antes, ya en "la loma", cerca de la iglesia, oyó de nuevo, distintamente, el maldito aullido. Parecía salir de detrás de la iglesia. Dio una vuelta alrededor de ésta rápidamente, casi a la carrera, y quedóse sorprendido de no hallar nada.

Comenzó a creer que ese aullido era creación de su fantasía. Desde que volviera del cementerio había estado horadándole los oídos, clavándosele en el cerebro, aguijoneándole el corazón. Por momentos, se volvía casi humano. Apenas podía pensar, la cabeza le daba vueltas como si fuera a desvanecerse. Allí enfrente estaban el almacén y la peluquería de Cardozo, ostentando un aviso con letras desparejas y torcidas, que anunciaba "Secorta el cavello y se bende caña". Entró. Era ya numerosa la concurrencia de parroquianos los cuales recibieron a Tomás con demostraciones amistosas, invitándole a beber.

Una hora después, completamente borracho, perdido el miedo, sin acordarse de Barcino y sus aullidos, Tomás comenzó a volverse locuaz, a decir chistes y a recobrar su antiguo aplomo y desfachatez. Entre risotadas y bromas de los amigos, aunque a medida que avanzaba en el relato, todos iban quedándose serios, contó con mucha soltura que, con una barrena, le había hecho dos o tres agujeritos a la canoa de su hermano, el cual recién en medio del lago había advertido que hacía agua. Añadió que él desde la orilla había oído sus gritos de socorro, y presenciado el hundimiento de la canoa, así como los esfuerzos que hiciera para salvarse. De repente callóse sobresaltado y de un salto se asomó a la puerta. Escrutó con mirada ávida las sombras de la noche. Nada. Los concurrentes se hallaban inquietos por ese cuento del hundimiento de la canoa y esos movimientos imprevistos. Con mirada de extravío, Tomás volvió a su sitio; y luego, confesó en voz baja que lo que había relatado era "japurei" (8). Todo eso se le había ocurrido muchas veces, y hasta en dos ocasiones comenzó a hacerlo; pero sin saber por qué postergó su ejecución. Sin embargo, ya nadie le creyó. Viendo la duda en todos aquellos ojillos llenos de caña, puso como prueba las palabras del curandero del pueblo, quien opinó que Ceferino murió de disentería. Pero ya era tarde. Nadie le quitaba de la cabeza a algunos de los presentes que Tomás había matado a su hermano. De pronto, agarrando a uno de los circunstantes del brazo, le dijo con voz mate:

-¿Rehendúpa? (9).

Había vuelto a oír el plañido de Barcino. Volvió a imaginarse que ese aullido, que por momentos semejaba voz humana doliente era obra de su mente alterada por el temor. Esto le trajo alivio por un rato. Aproximose a la puerta y echó una mirada fuera para constatar que sólo tenía que enfrentarse con su imaginación. Era una noche clara de estrellas, y toda la plazoleta se veía envuelta en el embrujo de una blancura estelar. Tomás volvióse azorado, y tornó a preguntar esta vez a todos los presentes:

-¿Pehendúpa? (10).

Respondieron a una que no habían oído nada al mismo tiempo que lo observaban con sorpresa y curiosidad. En el semblante de Tomás se traslucían el temor y la angustia. Pero tras beberse medio vaso de "guaripola" (11) se serenó pensando que todo era idea y miedo producidos por la caña.

Cuando salió del almacén, Tomás apenas podía tenerse en pie. Tambaleándose. Gritaba a voz en cuello que no le tenía miedo a Barcino ni a nadie y lanzaba ¡hurras! al partido colorado.  Al cruzar la vía del ferrocarril tropezó y cayó al suelo cuan largo era. Quedóse allí durmiendo la mona y babeando. El sol estaba ya alto cuando despertó. Sentía la cabeza entorpecida y pesada. Desde lejos, en cuanto lo vio, Barcino comenzó a aullar. Un estremecimiento de rabia, de impotencia se apoderó de Tomás. Algo había que hacer pues con aquel animal siempre aullando, el vivir se le iba volviendo un infierno. 

Foto de Anahí Goiburu. Adaptación libre al cuento

Toda la mañana se la pasó sentado en un catre tomando "tereré" (12). Al principio pensó ahogarlo en el lago; pero de pronto rechazó este recurso, sintiéndose sin fuerzas para llevarlo a cabo, porque a Tomás le angustiaba la idea que terminar con Barcino era lo mismo que cumplir, ¡por fin!, ese oscuro deseo que había  sentido tantas veces de matar a Ceferino ahogándole. Por último, luego de largo cavilar, resolvió librarse del perro y del tormento de sus aullidos llevándole de allí a la Isla Valle, un lugar cercano a Areguá.

A la siesta, ató al cuello de Barcino un tukumbó po´í (13) y partió con él. Flaco, hundido de ijares, de color blanco sucio, Barcino le seguía sumiso con su andar ondulante y desgarbado. Tenía la humildad y fealdad de Ceferino. Antes de alcanzar las primeras casuchas de Isla Valle, Tomás se salió del camino y entróse por entre una enmarañada espesura y yuyos bravíos, y, en lo más cerrado, ató el perro a un árbol. Barcino seguía todos sus movimientos con mirada cansina y apagada, como si fuese a otro y no a él a quien estaban atando. Tomás hacía todo eso nervioso, rápidamente, con gesto de hosquedad y sin atreverse a mirar de frente al perro. Tenía el terrible presentimiento de que si sus ojos se encontraban con la mirada humilde de Barcino, vería en lugar de ella la igualmente humilde mirada de Ceferino. Sus manos movíanse torpes y temblorosas, le flaqueaban las rodillas, enseñoreá base de su espíritu el pánico, la angustia, un sentimiento indefinible, mezcla de congoja y temor. Y tan insufrible se le volvió que, sin aguardar más, salió huyendo de entre aquellas espesuras. Marchó a prisa, hundiendo sus pies de plantas rugosas, en las cálidas arenas del camino. Por todos lados extendíase un silencio luminoso y caliente. El camino, los matorrales, los árboles, los montes, todo habíase quedado silencioso, amodorrado en el bochorno de la tarde. El paisaje entero sesteaba. Tomás no sentía el calor agobiante del sol, ni el fuego de la arena bajo sus pies, ni la fatiga del camino, sólo sentía un vacío y decaimiento del ánimo, como si le faltase algo, algo que no conseguía determinar; pero ello no impedía que continuase adelante, rápido con andar febril, como si alguien le persiguiese. Sudoroso y jadeante, arribó al pueblo. Fuese directamente al almacén de Cardozo. Allí se hizo servir un vaso de guaripola y, poco a poco, fue bebiéndoselo. A medida que los vapores alcohólicos se le iban subiendo a la cabeza, embebíase de una blanda ternura por Barcino, arrepentido de haberle dejado allí solo, expuesto a morir de sed o de hambre, o a caer en manos del primero que le descubriese. Al fin y al cabo, no le había hecho otro mal que aullar y aullar. Sí, pero aquel aúllo se prolongaba por todos los ámbitos del campo, le ensordecía y despertaba, sobre todo, el recuerdo de sus pensamientos criminales. "Y, ¿si hubiese dejado de aullar"?, pensó vagamente en medio de la bruma que le envolvía el cerebro. De pronto, tomó con ímpetu el vaso, bebió de un trago el resto de su contenido y salió afuera con ademán violento.

Poco después, Tomás llegaba nuevamente al sitio en que atara a Barcino; pero ahí vio, con mezcla de asombro y miedo, que el perro había desaparecido. Quedóse paralizado por el temor. Tendió el oído y se puso a escuchar con suma atención por si alcanzaba a percibir algo. Estuvose quieto por largo rato. No oyó nada, sólo le pareció estar más cerca del silencio. Sintióse solo, abandonado, falto de ánimos. Una fuerte sensación de ansiedad comenzó a oprimirle el pecho. Ahogábase. Aquella maraña y confusión de hojas y ramas parecía moverse, avanzar hacia él. Rompió por entre la tupida espesura con los ojos cerrados y con las manos extendidas hacia adelante. Al salir al camino tenía la cara y las manos cubiertas de rasguños y la camisa y el pantalón con grandes desgarrones. Respiró con afán. Su pecho bajó y subió varias veces con amplio movimiento. Pero no se curó de aquel ahogo que le nacía de adentro y allí quedaba. Empezó a llamar a gritos: ¡Barcino!, ¡Barcino! Le respondió como un eco, el guajhú quejumbroso del perro. Entonces, atento e inmóvil, permaneció en mitad del camino. A medida que transcurría el tiempo, su desesperación aumentaba. Volvió a lanzar a Barcino un grito prolongado y, al escuchar su propio grito, asustóse, pues lo oyó como un aullido. Corrió de aquí para allá llamándolo, haciendo bocina con las manos. Y de todas partes brotaron aullidos. Empavorecido, extraviado por el temor, mientras a sus espaldas seguían los aullidos cada vez más próximos. A la vista de las primeras casas cesaron aquéllos, como por ensalmo, y con ello una cierta tranquilidad penetró en el ánimo atormentado de Tomás. Esa noche se quedó a dormir en el pueblo, en casa de un amigo, no atreviéndose a ir a su rancho. 

A la mañana siguiente, Tomás se levantó muy de madrugada, con la idea de llegar hasta su rancho, liar sus cosas y marcharse de Areguá. A pesar de las conmociones experimentadas, a pesar de la fatiga y del deseo de descansar con que se echó en la cama, había tenido un sueño tan ligero y tan poblado de negras pesadillas que cuando se levantó, sentíase más fatigado y débil que antes de acostarse. Aparecía con el rostro demacrado, con profundas ojeras, y sintiendo un dolor agudo en los oídos como consecuencia del aullido penetrante que oyó durante toda la noche. Hubo un momento, en su dormitar inquieto, en que se despertó bañado de sudor, luchando contra el jaguá que, echado sobre él y latiendo furioso buscaba clavarle los dientes en la garganta. Al palparse el rostro y la garganta y sentir las manos mojadas, se asustó creyendo fuera sangre. Pero pronto dióse cuenta de que lo que había tomado por sangre era su propio sudor. Tomás se encaminó al rancho. Le con-turbaba la idea de lo que iría a encontrar allí, y sólo con gran esfuerzo de voluntad pudo seguir adelante. A cada momento se paraba con el propósito de volverse; pero lo animaba a seguir una extraña curiosidad de saber si se encontraría con Barcino. Y allí estaba Barcino, sentado sobre sus cuartos traseros delante del rancho, con la dócil mirada puesta en el camino, como si lo estuviera aguardando. No bien sintió sus pasos alzó el hocico al cielo y se puso a dar aullidos desgarradores. Tomás se detuvo de golpe con el rostro alterado por el temor, luchando entre el deseo de salir huyendo y el de quedarse para enfrentar, de una vez por todas a Barcino y su propio miedo. De pronto, un fulgor le iluminó la mirada, fue algo así como un entendimiento de calentura; y con los labios apretados, como si reuniese todas sus fuerzas, entróse en el rancho. Poco después salía trayendo una cuerda y aproximándose con temor al perro, como si fuese a saltarle a la garganta, recordando su pesadilla de la noche, le echó la cuerda al cuello. Barcino no se resistió, como tampoco cuando Tomás lo arrastró hasta la orilla del lago y lo hizo saltar dentro de un bote, el mismo que en su imaginación agujereara con una barrena. Colocó la "pala ancha" (14) y, metiéndose en el agua, sin arremangarse los pantalones, comenzó a empujar el bote. Realizaba todos estos actos maquinalmente y sin que, por un instante, desapareciese de sus ojos esa brillantez afiebrada que de pronto habían adquirido. Se movía como un sonámbulo. Cuando la quilla del bote se hubo despegado del fondo pegajoso de lodo, Tomás apoyó los brazos en la borda, y, con una ligera flexión, trepó dentro. Sentóse en la popa, desde donde comenzó a bogar, echando la pala, ya a derecha, ya a izquierda. Barcino había ido a acostarse en la proa, desde donde posaba en Tomás una mirada llena de humildosa docilidad. ¡Quién sabe lo que hubiera pasado por el alma de Tomás si en ese momento hubiese bajado la vista, al encontrarse con la extraordinaria expresión de ternura, de ser racional, que había tomado la mirada del perro. Pero Tomás, bien por miedo o bien por no desmayar en sus propósitos, mantenía la cabeza erguida, con la mirada fija delante de sí. 

El sol asomaba en el horizonte; y el lago, frío y de un azul oscuro en toda su extensión, comenzaba a llenarse de grandes lamparones de claridad. A poco, la luz que daba de frente a Tomás le encandiló, con un ademán brusco, abandonó la fortaleza y la dureza de su determinación, borrandose como antes, iban derritiéndose como blanda cera en medio de esos cálidos fulgores. Le asustó el pensamiento de que podía arrepentirse, comprendiendo que de esa manera que todo volvería a quedar como antes. Con otro ademán brusco abandonando la pala que cayó al agua, se aproximó al perro. El bote balanceóse, y Tomás tuvo que inclinarse un poco y echarse hacia un lado para no caer. Con los ojos cerrados, temblando, tendió las manos para agarrar al perro, retirándolas a su contacto, rápidamente, como si las hubiera puesto en una brasa. Volvió a extenderlas, y al tocar de nuevo aquella pelambre áspera, se le erizó la piel, apoderándose de todos sus miembros un temblor convulso. A duras penas consiguió empujar a Barcino por la borda. Alcanzó a oír el ruido del agua al recibir el cuerpo del perro. Después, una nube le pasó por los ojos y ya no sintió nada. 

 

 

Cuando recobró el conocimiento hallóse tendido en el fondo del bote. Un hilillo de sangre, manándole de una herida que se había hecho en la cabeza al caer, iba enrojeciendo el agua que cubría el piso del bote. Abrió los ojos; pero no movió ni los brazos ni las piernas. Hasta él no llegaba el más ligero ruido. A su alrededor se extendía un silencio hondo, majestuoso. Encima de su cabeza, el azul del cielo. ¡Qué paz inmensa la que penetraba en su espíritu! ¡Cuánto goce en aquel descanso en medio de la soledad! Sentía correr por sus mejillas aquel hilito de sangre, y luego, a intervalos regulares, el ruido que hacía una gotita al caer en el agua del bote. ¿Cuánto tiempo duraría aquel dulce letargo de los sentidos, aquella muerte del pensamiento, de los músculos? De pronto, su memoria llenóse de claridad. ¡Barcino! ¡El agua! Y mientras los ojos de Tomás entornábanse, como si la luz del recuerdo le resultara demasiado fuerte, hasta sus oídos llegaban, de todas partes, aullidos lastimeros, como si todo el horizonte fuese un horizonte de aullidos. Pero, cosa asombrosa, Tomás esta vez no sintió inquietud ninguna.

 

                *        *       


Obs.: En guaraní la pronunciación adecuada es que la J (jota) se use como la Y (ej.: arroyo) y la H (ache) se use como la J (ej.: jabón)

(1) El aullido.

(2) En nada se parecen: como si no fueran hermanos.

(3) Muy bueno y tan querido. 

(4) No aullará más.

(5) En adelante ya no seré malo. Me esforzaré por ser cariñoso.

(6) Perro.

(7) ¡Hijo del diablo! Otra vez tenía que ser un perro.

(8) Puras mentiras.

(9) ¿No oyes nada?

(10) ¿No oyen nada?

(11) Aguardiente.

(12) Bebida de yerba mate y agua fresca, que se toma como el mate.

(13) Cuerda de cuero delgado.

(14) Espadilla.

 

 

martes, 17 de agosto de 2021

Ufología: papeles, luces, radares y ovnis (Parte 2)

En esta oportunidad tuvimos la posibilidad de hablar sobre su libro con Ronald Maidana y todas las peripecias que conllevó su creación. Una brevísima ojeada a toda su trayectoria hasta la fecha nos arroja luz sobre sus actividades como corresponsal y consultor Internacional de la Revista UFO (Brasil), colaboró en otras publicaciones como “ALPHA” (Brasil), “IDREC” (Argentina) y “Alternativa OVNI” (Argentina), etc.

Miembro del “Proyecto Magonia Exchange“, creado por Chris Aubeck, grupo de investigadores que recopilan, comparten y acumulan información sobre todo tipo de eventos inexplicables, desde la antigüedad hasta el año 1947.

También ha disertado en conferencias internacionales realizadas en Brasil, como el “IV Fórum Mundial de Ufologia”, 2012, “VIII Fórum Mundial de Ufología”, 2016, ambos en Foz de Iguazú; “XXIV Congreso Brasilero de Ufología – V Encuentro de Ufología Avanzada de Paraná”, 2019, en Curitiba; “UFO-PIAUI”, 2019, en Teresina.


El lanzamiento de tu libro fue en Junio del 2016 Decínos, ¿a qué te dedicás actualmente?  Y si tenés algún lanzamiento o trabajo sobre el escritorio

 

Así es, el lanzamiento fue coincidentemente en el mes que se rememora el presunto “primer avistamiento de OVNIs en la época moderna” (Caso Kenneth Arnold, 24 de junio de 1947, EEUU), puesto que fue la caja de resonancia mediática de fenómenos aéreos no identificados que yacían en las sombras de la historia, al traer luz hacia un tema ignoto para la opinión pública con la inevitable construcción cultural que arrastra toda esta fenomenología.

 

Cuando el libro se terminó de imprimir, sentí un gran alivio, puesto que tras  ella se esconde una gran odisea. Los obstáculos aparecen siempre y de diferentes maneras, el primero fui yo, confieso que había momentos en que me preguntaba ¿Vale la pena lo que estoy haciendo? Por momentos quise tirar todo por la borda, pero luego al ver los casos, los testimonios de aquellas personas que confiaron en mi persona, los análisis, el esfuerzo, el tiempo invertido, todo ese cúmulo anecdótico inédito en su mayoría, sin mencionar la meta que me había propuesto, escribir un libro de investigación sobre OVNIs en el Paraguay, para demostrar que al igual que en otros lares, aquí también sucedieron y suceden cosas extrañas, fueron sacudidas mentales que me llevaron a pensar que todo esto no puede estar en el olvido, debe ver la luz, al conocimiento (cualquiera sea su naturaleza) si no le das una utilidad, no sirve para nada. Una verdadera investigación que se precie como tal debe poseer “libertad”, para ello debemos despojarnos de todo prejuicio o preconcepto sobre un tema, como una vez precisó el filósofo y matemático Blaise Pascal, “El que duda y no investiga, se torna no sólo infeliz, sino también injusto".

 

Desde hace mucho tiempo vengo investigando varias cosas, si bien no estoy activamente haciendo pesquisas de campo actualmente (salvo casos puntuales), siempre estudio la fenomenología en su conjunto, y pacientemente voy reconstruyendo la historia de los no identificados en nuestro país. La prisa no es mi compañera, puedo tomarme largos periodos de descanso, pero tras bambalinas sigo analizando cosas, documentado, descartando casos o encontrando conexiones entre testimonios. Conviene recordar que “Sólo cuando la mente está libre de ideas y creencias puede actuar correctamente”, como profirió una vez el gran pensador Jiddu Krishnamurti, intento escapar de esa telaraña epistémica que rodea al tema OVNI. El exceso de información, es ruido, obnubila el discernimiento, la inteligencia es como una espada con la que cortas la realidad, los problemas, para descubrir su interior, no un pesado e insostenible colosal banco de datos. No obstante es de menester recalcar que se debe disfrutar de lo que se hace, y no obsesionarse con las respuestas, estas efímeras y siempre cambiantes.

 

Estoy más en mi vida personal, así como también investigando y explorando otras áreas ¿Habrá una continuación del libro “OVNIs en el Paraguay”? Sólo el tiempo y las circunstancias lo dictaminarán, si ello sucede será la compilación de los casos que no llegaron a estar en el primer libro, así como muchos otros inéditos que voy descubriendo y estudiando, sin mencionar la actualización de algunos de los que ya han sido presentados. Escribir es la epítome de un sentimiento, se escribe cuando se ha gestado algo, cuando las ideas, investigaciones, visión, alcanzan cierto grado de madurez y claridad, rehúyo a todo compromiso por el mero acto de presentar un nuevo libro.


 Aprovecho para comentar que no sólo pienso escribir sobre OVNIs, sino también de otros temas.


Programa: "Sera un gran día" Canal 13
Enero 2020

Tengo entendido de que te tardaste diez años en seguir cada pista de archivo que podemos apreciar en tu libro ¿Cómo nació la idea de documentar de forma tan apasionada esta investigación?

 

La inexistencia de libros de investigación sobre el tema en nuestro país, fue el causal del libro. Hace muchos años un gran amigo, Federico Garozzo, me dijo “Ya que tanto te apasiona esto de los OVNIs  ¿Por qué no escribís un libro sobre eso?”.  El tema me arrobó la atención desde mi niñez, a los 11 años, y desde un buen tiempo reparé en el hecho de que  no había libros nacionales que analicen o expongan las casuísticas. Algo que nunca mencioné en ninguna entrevista es que previamente venía escribiendo un libro que se iba a titular “Buscando Señales”, donde exponía la historia de los OVNIs, los casos más famosos, etc., y uno de los capítulos era “OVNIs en el Paraguay”, hasta que me detuve diciéndome “¿Qué estoy haciendo, hablando más de lo mismo? ¿Por qué no arriesgarme y escribir algo absolutamente original?” y de paso paliar ese orondo vacío en la literatura de investigación ufológica nacional. Ese proyecto anterior, lo boté a la basura.

 

Todo lo que tenía hace mucho tiempo atrás, era sólo un recorte periodístico del extinto diario “Noticias” (1984-2005), publicado en 1996, sepia por el paso del tiempo, que se titula “La Presencia de OVNIs en la Guerra del Paraguay”, un texto perteneciente a María Virginia Capallo, que consultaron  a su vez de la desaparecida publicación argentina “Revista Cuarta Dimensión” N° 28.  Y otro caso apenas de a oídas. Entonces comencé a buscar testigos, tras sus relatos buscaba publicaciones, esos textos me ofrecían otras pistas, buscaba a las personas mencionadas en las crónicas, viajaba para llegar a las fuentes, someter a análisis todo lo presentado y declarado, consultaba archivos o bases de datos de otros países, que sorpresivamente contenían escuetas entradas a casos paraguayos, y una cosa comenzó a llevar a la otra. Hay una ardua labor de recopilación y reconstrucción  a partir de nada prácticamente. Todo lo que iba encontrando e investigando era importante documentar, sin embargo todo este trabajo es a puro pulmón.

 

¿Podemos coronarle a tu libro con el adagio de: “Basado en hechos reales”? Esto de seguro es muy importante para los escépticos.

Sin duda lo es. Allí reposa una masa testimonial de personas inconexas, distantes y de diferentes tiempos en nuestra historia, que convergen en un solo punto, el avistaje de “OVNIs” en los cielos u otros fenómenos relacionados. Sin aludir a las diferentes documentaciones. Más allá de las explicaciones que han surgido y las que quedan sin ellas. Al observarse en su conjunto se descubre la naturaleza metadisciplinar del estudio de los OVNIs (desde hace un tiempo relativamente corto, bautizados como UAPs, siglas del inglés “Unidentified Aerial Phenomena” o “Fenómeno Aéreo No Identificado”, como un intento de presunto despojo del bagaje cultural que arrastra, sin embargo a mi entender es una ilusión, el problema sigue intacto, por más que lo cambien de nombre, me recuerda a lo que escribió el inmortal William Shakespeare, “Si la rosa tuviera otro nombre, aún tendría la misma fragancia. La verdad de las cosas está en su esencia”), puesto que comprende a la historia, la psicología, astronomía, meteorología, informática, sociología, folclore y un largo etcétera.

 

El escepticismo bien entendido está bien, pero un exceso de él, conduce inexorablemente al negacionismo (un sistema de creencias) y finalmente a la muerte del espíritu científico, que busca comprender precisamente lo que desconoce o no comprende del todo. De hecho investigamos porque dudas hay, sean cuales fueran. Toda persona que analice seriamente el tema de los OVNIs, son los mejores escépticos (incluso a veces más que los mismos detractores), puesto que conocen a profundidad los pros y contras de su estudio, diversas formas de engaño, entre otras cuestiones. Sin mencionar que un error común en los negacionistas, es la de confundir las evidencias (testimoniales o documentales) con las especulaciones. La ciencia de por sí es escéptica, pero hay que comprender que como tal tiene sus límites, restringido siempre al paradigma científico actual y las limitaciones del método mismo.

“Uno nutre el árbol de la ciencia, sin saber que rama conducirá a la manzana” reflexionó el biólogo R. H. Ellis.


La ufología es estudiar todo lo que no es. Son más de 46 testimonios según conté los que conforman tu libro ¿De dónde empezaste, cómo pudiste vislumbrar la punta del ovillo para poder comenzar a hilar este libro?

 

Exactamente y es precisamente estas  “evidencias negativas” (todo lo que no es), lo que lleva a denostar mucho a la ufología, que francamente es “tierra de nadie” por lo que han proliferado charlatanes y oportunistas variopintos. Sin embargo la lógica funciona por descarte y por más extraordinario que pueda parecer algo, si se han eliminado las cosas comunes, y queda aún aquello, por más inverosímil que parezca debe ser cierto. Una frase repetida hasta el hartazgo es “afirmaciones extraordinarias requieren evidencia extraordinaria”, atribuida al gran astrónomo Carl Sagan, sin embargo el sociólogo y escéptico Marcello Truzzi ya dijo algo similar en “On the Extraordinary: An Attempt at Clarification” (1978). Hay un problema insoslayable con este argumento, “lo extraordinario” es subjetivo, de igual forma una evidencia, ya lo es por sí misma, el hecho de que sea extraordinario o no, es un juicio personal  y está íntimamente relacionado con el sistema de creencias  así como a la experiencia  de la persona o un grupo.

 

Me ha tocado enseñar a personas que las estrellas son soles distantes, otros sistemas estelares a miles de millones de años luz. Recuerdo la cara de un muchacho: “¡Wow!” me dijo, sin duda algo extraordinario, pero ¿Qué veíamos nosotros? A juzgar observacionalmente, simples puntos de luz en el firmamento oscuro ¿Dónde estaba la ‘evidencia extraordinaria’ de esos mundos distantes? Se halla en su interpretación, apoyada en el extenso estudio científico desde hace muchos siglos, palabra clave “interpretación”.

 

Parafraseando al ilustre físico Niels Bohr (a quien debemos el modelo atómico actual) llegó a decir esto, “Toda mi vida he trabajado con átomos, sin embargo nunca he visto ninguno”.

 

En cuanto al inicio de la investigación te respondí anteriormente, no lo pudiste decir más correctamente “vislumbrar la punta del ovillo”, a esta conclusión estoy llegando, por lo que se ha publicado en el libro no es más que el comienzo. Paulatinamente voy juntando las piezas dispersas y muchas veces perdidas, de la historia de los no identificados de nuestro país.


¿Qué pensás del fenómeno ovni? ¿Vos crees o todavía necesitás más investigación?

 

Fundamentalmente que estamos tratando ante varios fenómenos y no sólo uno, por lo tanto de naturaleza dispar y mutuamente contradictoria con ciertas semejanzas en apenas algunas aristas. Probablemente van desde fenómenos naturales desconocidos hasta hipótesis más heterodoxas. La fenomenología OVNI es una polisemia, misma palabra, diversos significados de acuerdo al contexto.

 

La investigación OVNI no debería involucrar el tema de la creencia, sino que es una cuestión de análisis. No es un credo, es un campo de estudio. Tampoco es una ciencia, utiliza al método científico, tal vez sea una “proto-ciencia”, algo a medio camino, una vía transitada por unos pocos que utilizan el conocimiento y herramientas de otras disciplinas para intentar llegar a la resolución de lo que tratan. Existe un número indeterminado de hipótesis sobre qué podrían ser los OVNIs (se estima que son más de 150), de los cuales dos han fagocitado la opinión pública, “la hipótesis extraterrestre” y la “hipótesis psicosocial”, debido al impacto emocional que tienen, sin embargo la naturaleza de algunos de ellos, podría ser más extraño de lo que imaginamos.

 

Creo que la investigación apenas empieza ¿Qué son 74 años para unos  complejos fenómenos que vienen de antaño? Las investigaciones irán filtrando los casos, desechando y explicando lo que sea plausible de hacerlo.

 

Y si una inteligencia no humana (sea cual fuera su naturaleza) se halla oculta tras algunas manifestaciones de los Fenómenos Aéreos No Identificados, comparto la reflexión que hizo el investigador  y ex asesor de la NASA, el PhD. Richard Haines, fundador del NARCAP, con quien mantuve una breve correspondencia por email hace años atrás, “La humanidad no comprenderá completamente que son las UAP hasta que ‘ellos’ o ‘eso’ nos los permitan. En otras palabras, es probable que nuestra incapacidad actual para investigar la UAP de manera adecuada se deba a que el fenómeno central está mucho más allá de nuestro conocimiento actual e imaginación, por lo que nuestra ciencia ni siquiera está preparada para realizar las preguntas correctas” (Haines, 2017).

 

Cuando hiciste/haces tus investigaciones, ¿Cómo les encarás la pregunta a las personas involucradas en un avistamiento? ¿Tenés anécdotas que quieras compartirnos?

 

Muchísimas (risas) de todo hay. De acuerdo al suceso y el contexto voy inquiriendo. El respeto ante todo, debido a la renuencia existente frente a estos temas, el hecho de que alguien comparta contigo una experiencia significa a priori confianza, por supuesto abundan los mentirosos, estudiar los OVNIs me ha permitido profundizar humildemente en la naturaleza de la psiquis humana, en especial el fenómeno de la mentira, del que escribí un ensayo titulado “Índice de Fake – Cuantificando la posibilidad de engaño en el análisis de OVNIs” (2020), donde expongo la naturaleza de la mentira, tipología, las razones que llevan a alguien a fraguar casos o inventar detalles, etc.

 

Sin embargo es impagable el ver expresiones auténticas de asombro, o reacciones involuntarias tales como “erizarse los vellos de su piel” cuando relatan algunos casos, es evidente que algo tuvo un impacto emocional profundo en ellos y por supuesto las contrastaciones indirectas de ciertos detalles apuntan a que son personas honestas, allende sus creencias personales. La investigación OVNI es similar a un análisis o una pericia criminalística, vas recogiendo pistas, datos, recreando el suceso.

 

¿En qué librerías se consigue tu libro?


Lo pueden encontrar en cualquier sucursal de “El Lector” o en “Memoria Cultural” de San Lorenzo. Próximamente la versión en ebook.

 

¿Alguna vez te cruzaste con Blas Servín para hablar de tus investigaciones?

 

Sí, el Profesor Blas Servín me enseñó las bases de la astronomía, fue él quien me guio en los pasos de la astronomía observacional. Cuando tenía 15 años había fundado con un amigo de entonces (José Heriberto Alsina), la “Academia de Astronomía del Colegio Monseñor Lasagna” (2000), en aquellos tiempos realizábamos charlas sobre el Universo y enseñábamos a las personas sobre el manejo de los telescopios, entre otras cosas, y el Prof. Servín colaboró un poco con nosotros, algo de esto salió en la Revista Salesiana.

 

El Profesor Servín, mantenía una postura cerrada sobre el tema de los OVNIs, pero era una gran persona, sin duda ha formado generaciones de aficionados a la astronomía. Como él solía decir: “No me dedico a este tema” (referido a los no identificados), no tengo más nada que agregar.

 

¿Tenés algún mensaje para tus futuros lectores?

 

Realmente cada persona es única, espero que disfruten de su lectura, al recorrer las diferentes historias. Y que se encienda esa flama de la curiosidad.